Damos por supuesto que la revolución rusa fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo
XX pero en el centenario de la revolución rusa es necesario preguntarse qué fue la revolución rusa y qué
lecciones podemos sacar de ella.
El surgimiento de la revolución
En muchos sentidos, la Revolución Rusa de Octubre de 1917 fue el acontecimiento más determinante
del siglo XX. Su estallido conmocionó al mundo y lo cierto es que no resultó menos imprevista ni menos
sorprendente para el grueso de los autodenominado marxistas, tanto para partidarios, críticos y
opositores a ella.
Como relata Josep Fontana1, hacia 1890 los partidos socialistas europeos, agrupados en la Segunda
Internacional, habían abandonado la ilusión revolucionaria y defendían una vía reformista, aunque
conservando la retórica revolucionaria, se integraron a los parlamentos burgueses confiando en que un
día podrían acceder al poder a través de las elecciones y que desde allí procederían a transformar la
sociedad.
La contradicción entre retórica y praxis estalló con motivo de la proximidad de la Gran Guerra de 1914.
En el congreso que la Internacional socialista celebró en Basilea en 1912 se proclamó su satisfacción
ante “la completa unanimidad de los partidos socialistas y los sindicatos de todos los países en la guerra
contra la guerra”, y llamaba “a los trabajadores de todos los países a oponer el poder de la solidaridad
internacional del proletariado al imperialismo capitalista”.
Pero en la tarde del 4 de agosto de 1914 tanto los socialistas alemanes como los franceses aprobaron de
manera entusiasta en sus respectivos parlamentos la declaración de la guerra y votaron los créditos
necesarios para iniciarla. El Partido Socialdemócrata alemán, además, aceptó una política de tregua
social que comportaba los compromisos de no criticar al gobierno y de pedir a los obreros que no hicieran
huelgas mientras durase la guerra. En cuanto a los laboristas británicos, no sólo aprobaron la guerra, sino
que acabaron integrándose en un gobierno de coalición.
En Rusia las cosas fueron de otra manera, ya que su partido socialdemócrata, dividido en las dos ramas
de mencheviques y bolcheviques, no solamente no tenía representación en el parlamento, sino que era
perseguido por la policía. A comienzos de 1917 los bolcheviques tenían algunos de sus dirigentes
desterrados a Siberia, como Stalin y Kamenev, mientras otros vivían en el exilio, como Lenin, que se
había instalado en Suiza, en la ciudad de Zúrich, mientras Trotsky se encontraba entonces en Nueva
York.
La revolución de febrero de 1917 comenzó sin la presencia de los jefes de los partidos revolucionarios
para dirigirla, en un movimiento impulsado por un doble poder, el de los consejos o soviets por un lado,
y el del Comité provisional del parlamento por otro, que se pusieron de acuerdo para establecer un
gobierno provisional y aplazar los cambios políticos hasta la celebración, en noviembre siguiente, de
una Asamblea constituyente elegida por sufragio universal. De esta manera, aunque la revolución fue
1 Conferencia traducida que Josep Fontana realizó en la Universidad Autónoma de Barcelona
(UAB) el 24 de octubre de 2016 en el marco de unas jornadas sobre la Revolución Rusa.
1
MO
BLOQUE DEMOCRÁTICO POPULAR PERÚ
dirigida por los obreros y apoyada por los soldados, en general de origen campesino, le encargó el
gobierno a la burguesía liberal.
Cuando el 3 de marzo el gobierno provisional concedió una amnistía “para todos los delitos políticos y
religiosos, incluyendo actos terroristas, revueltas militares o crímenes agrarios”, Stalin y Kamenev
volvieron de Siberia y se encargaron de dirigir Pravda, el periódico de los bolcheviques, donde defendían
el programa de continuar la guerra y convocar a una Asamblea constituyente, de acuerdo con la mayoría
de las fuerzas políticas rusas.
A principios de abril volvía de Suiza Vladimir Lenin, que había podido viajar gracias a que el gobierno
alemán, que quería ver Rusia fuera de la guerra, le ayudó a ir en tren hasta la costa del Báltico, desde
donde pasó a Suecia y Finlandia para llegar finalmente, en otro tren, a Petrogrado.
En la recepción que los bolcheviques le organizaron el 3 de abril en la estación de Finlandia, Lenin dijo,
desde la plataforma del vagón: “El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra.
Y le dan guerra, hambre en vez de pan, y dejan la tierra a los terratenientes. Debemos luchar por la
revolución social, luchar hasta el fin, hasta la victoria completa del proletariado “. Al que añadió aún:
“Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa. Uno de estos
días la totalidad del capitalismo europeo se derrumbará. La revolución rusa que habéis iniciado ha
preparado el camino y ha comenzado una nueva época. ¡Viva la revolución socialista mundial!”
Este discurso fue mal recibido por los bolcheviques presentes en la estación y fue rechazado en las
primeras votaciones de los órganos del partido. Se habían acostumbrado a la idea de apoyar una
revolución democrática burguesa como primera etapa de un largo trayecto hacia el socialismo, a la
manera que lo planteaban los partidos socialdemócratas europeos, y querer ir a continuación más allá les
parecía una aventura condenada al fracaso.
Lo que planteaba Lenin no se reducía al lema de “paz, tierra y pan”. En la base de esto había un
planteamiento mucho más radical, que sostenía que, ante los avances logrados desde febrero y la
existencia de los soviets como órganos de ejercicio del poder, no tenía ningún sentido optar por una
república parlamentaria burguesa, sino que tenían que ir directamente a un sistema en el que todo el
poder estuviera en manos del soviets, que se encargarían de ir aboliendo todos los mecanismos de poder
del Estado iniciando así el camino hacia su desaparición, que iría seguida de la desaparición paralela de
la división social en clases.
Eran unas condiciones nuevas, que Lenin pensó que podían permitir que se iniciase un proceso como el
que Marx había previsto en la “Crítica al programa de Gotha” de 1875, en que desautorizaba el modelo
evolutivo y reformista que proponían los partidos socialdemócratas.
¿Cómo debía hacerse esta transición? Es difícil de definir porque ningún partido socialista se había
planteado seriamente qué hacer una vez llegados al poder, porque la perspectiva de conseguirlo parecía
lejana. El único modelo existente era el de la Commune de París de 1871 y había durado demasiado
poco como para haber establecido unas reglas orientativas.
Lo que proponía Lenin lo podemos saber a través de lo que decía en El Estado y la revolución, donde
denunciaba las mentiras del régimen parlamentario burgués donde todo (las reglas del sufragio, el control
de la prensa, etc.) contribuía a establecer “una democracia sólo para los ricos “, y preveía la extinción
del Estado en dos fases.
En la primera el Estado burgués sería reemplazado por un Estado socialista basado en la dictadura del
proletariado. La segunda fase surgiría de la extinción gradual del Estado, y conduciría a la sociedad
comunista. Durante esta transición los socialistas debían mantener el control más riguroso posible sobre
el trabajo y el consumo; un control que sólo podía establecerse con la expropiación de los capitalistas,
pero que no debía conducir a la formación de un nuevo estado burocratizado, porque el objetivo final
era justamente ir hacia una sociedad en la que no habría “ni división de clases, ni poder del Estado”.
No cabe extendernos en cómo los bolcheviques tomaron el poder y se afianzaron en éste pero sí recordar
que el 7 de enero de 1918 Lenin confiaba en que, tras un período en el que habría que vencer la resistencia
burguesa, el triunfo de la revolución socialista sería cosa de meses.
A desengañarlo vino una llamada “guerra civil”, en la que hasta 13 países diferentes apoyaron a varios
enemigos de la revolución y que costó al nuevo Estado ocho millones de muertes. La guerra civil se
ganó con el apoyo del nuevo ejército rojo, pero ante todo, con el de los millones de campesinos que no
estaban dispuestos a volver atrás, devolviendo sus tierras y su libertad a los señores. Reconstruir una
economía destruida por estos años terribles obligó a empezar de nuevo la construcción de la nueva
sociedad, en condiciones mucho más difíciles de las que existían a fines de 1917. Era un nuevo comienzo
y exigía un nuevo programa.
Es en este momento, superada la guerra civil, cuando esta historia da un giro. Lloyd George, el jefe del
gobierno británico, fue el primero en darse cuenta de que la idea de conquistar la Rusia soviética para
liquidar la revolución era inútil, además de insuficiente. La lucha contra la revolución cambiaría entonces
de carácter, al pasar del escenario ruso a lograr un alcance mundial, del plano militar a los planos político
y económico.
Sin embargo, esto implicaba el reconocimiento que el socialismo no sólo era una propuesta teórica sino
un sistema alternativo al capitalismo que inspiró a millones de personas y a muchos pueblos oprimidos.
Aunque esta experiencia finalmente fracasó, mientras duró demostró que un mundo mejor para las clases
y sectores explotados por el capitalismo era posible.
CONCLUSIONES
Muchos aspectos se podrían evaluar pero quisiéramos centrarnos en la relación entre revolución
democrática y socialista para señalar algunas conclusiones o lecciones.
Observamos que soldados y obreros construyeron un poder popular a través de los soviets, realizaron la
revolución de febrero y entregaron el gobierno a los representantes de la burguesía liberal. Sin embargo
estos se mostraron incapaces de desarrollar un régimen democrático que satisficiera las necesidades
populares y fue necesario que el pueblo dirigido por el proletariado y el partido bolchevique tome el
poder.
Por lo tanto, podemos concluir que la dirección de una revolución democrática o el cumplimiento de las
tareas democráticas no le corresponden necesariamente a la burguesía. Más aún, en países
subdesarrollados como los nuestros o la Rusia de entonces, la burguesía difícilmente podrá dirigir
consecuentemente una revolución democrática porque el alto grado de desigualdad sería cuestionado y,
por ende, el patrón de acumulación que lo produce y a la vez fundamenta el poder de la burguesía. Cabe
mencionar que en 2014, el 10% más rico de la población de América Latina había amasado el 71% de
la riqueza de la región. Según los cálculos de Oxfam, si esta tendencia continuara, dentro de solo seis
años el 1% más rico de la región tendría más riqueza que el 99% restante.
En consecuencia, consideramos que las tareas democráticas pendientes deben ser realizadas por el
proletariado y las clases y sectores populares disputándole la dirección a la burguesía y buscando avanzar
hacia la revolución socialista.
Eusebio Martel
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